martes, 8 de enero de 2019

La arquitectura como escenografía. La casa de D. Fermín Rodríguez en el Puerto del Arrecife


En la década de 1970, el escritor Leandro Perdomo alababa el progreso que estaba experimentando Arrecife, pero al mismo tiempo advertía del enorme peligro que ello suponía para su patrimonio arquitectónico:
Cada año que pasa, la silueta del viejo caserón se achica, se achanta, se comprime entre las altas moles de cemento y cristal de múltiples pisos superpuestos del mismo color, todos iguales, de la misma faquía, de la misma talla, colmenas humanas apretadas, aplanadas, ufanas...(...) Arrecife ha dado un salto enorme de gigante en pocos años (...) La censura, la magua está en que se le ha venido dejando atrás el alma.
También Manrique se manifestaba en términos muy similares, denunciando que a Arrecife 
la están degradando, la están vulgarizando, la están masificando alarmantemente, la están ensuciando, y para en corto plazo convertirla en un ridículo monstruo y hundir por su influencia como un cáncer el resto de la isla.
Décadas después, la situación no presenta mejoría, pues la mayor parte de los lanzaroteños nos hemos autoconvencido de que Arrecife es "el patito feo" de la isla y de que no hay nada de su patrimonio que nos haga sentir orgullo. Sin embargo, es muy probable que si un día nos tomáramos la molestia de pasear por su centro histórico levantando la mirada, nos sorprendiéramos de la cantidad y calidad de elementos patrimoniales que aún atesora la capital. 

La arquitectura posee un poder comunicativo inigualable. Si logramos entender el mensaje que transmiten los edificios desde su aparente silencio, seremos capaces de comprender el devenir histórico y la idiosincrasia de cualquier lugar, incluso de Arrecife.

Uno de estos edificios lo constituye, sin duda, la casa de don Fermín Rodríguez en la calle Fajardo, sede del futuro Museo Arqueológico Insular de Lanzarote. Se trata es uno de los ejemplos más representativos y mejor conservados de la arquitectura burguesa arrecifeña de la primera mitad del siglo XX, reflejo del  espíritu de progreso que imperaba en una ciudad y una clase social que luchaba por equipararse a otros núcleos urbanos canarios más desarrollados económica y culturalmente.

Sus propietarios

Esta enorme mansión de características singulares no podría entenderse sin unos propietarios del perfil de don Fermín Rodríguez Bethencourt y doña Manuela García Parrilla.

Él, prototipo del burgués insular de inicios del siglo XX: hombre culto, dedicado a una profesión liberal -la Medicina-, pero vinculado también a la agricultura, el comercio y la política. Ella, hija de un rico terrateniente, heredó múltiples propiedades, entre las que se encontraba la bodega “El Grifo”, la cual, como propietaria, se encargó siempre de administrar. 



La casa

En 1909 Manuel García Ramírez, suegro de don Fermín, regala al matrimonio una magnífica vivienda al comienzo de la calle Fajardo, donde establecen su residencia y la consulta médica, y donde ven nacer a sus cinco hijos. Con el paso del tiempo, sus reducidas dimensiones hacen necesario el traslado a una casa mayor, encontrando el lugar idóneo al otro lado de la calle, en el nº 5, propiedad de su pariente Adela Curbelo. Desde entonces, las viviendas son familiarmente conocidas como "casa grande" y "casa chica".

La "casa chica". Fotografía de Gerson Díaz

Dotado de un gusto exquisito y disponiendo de una posición económica holgada, Fermín Rodríguez quiso hacer de su nueva residencia algo excepcional y único en Lanzarote. Por ello,
aprovechó muy poco de la casa original ―quizá algún cimiento y aljibe― para edificar una nueva y magnífica mansión de más de 1100 m² en un estilo ecléctico de corte clasicista.

Una atenta mirada a su fachada nos descubre características y elementos sorprendentes:
  • La propia configuración del frontispicio, elevado sobre el nivel de la calle, retranqueado con jardín delantero y con dos cuerpos laterales a modo de torreones, proporciona un marcado carácter señorial. 
La "casa grande". Fotografía de Gerson Díaz
  • Una gran variedad de molduras y elementos decorativos realizados en cemento inunda la fachada, en lo que el doctor Hernández Gutiérrez definió como “volumetría escultórica”: pilastras, ménsulas, claves de motivos florales, balaustradas y las doce acróteras o antefijas con decoración de palmeta que rematan el edificio, aumentando la sensación de altura.

   


  • Al igual que otros edificios burgueses de la época, presenta su fachada cubierta de azulejos, pero con la singularidad de combinar distintas tipologías.



  • Las carpinterías y rejas se encuentran entre las más originales de la isla.


Detalle de la cancela de acceso, con las iniciales de su propietario
A pesar de los múltiples elementos ornamentales que presenta, en conjunto ofrece una gran sobriedad y elegancia, destacando el empleo de motivos de gusto clásico y una perfecta simetría. Todo ello otorga al edificio un marcado efectismo, actuando como una auténtica escenografía, capaz de expresar el status económico y social de sus moradores.

Otra singularidad de esta vivienda la constituye el hecho de que desempeñase una triple funcionalidad, al ser no solo residencia familiar, sino también consulta médica de don Fermín y almacén -en sus naves laterales- del vino que se producía en la bodega El Grifo, para su posterior comercialización. 

La exposición “La arquitectura como escenografía. La casa de D. Fermín Rodríguez en el Puerto del Arrecife”

Con el objetivo de poner en valor este destacado inmueble, la diseñadora gráfica Vanessa Rodríguez y yo recibimos el encargo de comisariar una exposición, que se inauguró el pasado 20 de diciembre de 2018 bajo el título “La arquitectura como escenografía. La casa de D. Fermín Rodríguez en el Puerto del Arrecife”. 


Además de dar a conocer esta vivienda, quisimos dedicar el primer espacio de la muestra a la evolución histórica y urbanística de Arrecife, con el objetivo no solo de servir de contexto, sino también, de manera paralela, divulgar el denostado patrimonio arquitectónico de la ciudad.



Paneles expositivos de la primera sección de la exposición,
dedicada a la evolución histórica de Arrecife
Una pieza clave de esta parte de la exposición es una gran instalación formada por 80 piezas tridimensionales de 20 x 20 cm que muestran detalles de la arquitectura de Arrecife  (tanto elementos arquitectónicos “bellos” de las casas burguesas como texturas de paramentos, argamasas, pavimentos, etc), intercalados con frases descriptivas de la ciudad pronunciadas por viajeros, escritores o artistas, tanto de la isla como foráneos, de distintos momentos históricos. 




¿Por qué esta pieza y por qué este planteamiento de exposición? Porque estamos convencidas, como Manrique, de que Saber ver y no mirar es la clave del conocimiento; convencidas también de que Arrecife se merece y necesita una mirada más amable; convencidas, en definitiva, de que aún estamos a tiempo de recuperar una ciudad de la que poder sentirnos orgullosos. 

La curiosidad -en palabras de Vanessa Rodríguez- es la semilla del cambio.


* La exposición se encuentra en la nave B del nº 5 de la calle Fajardo de Arrecife, futuro Museo Arqueológico Insular, y puede visitarse de martes a viernes de 10:30 a 17:00 h, y sábados de 10:30 a 14:00 h. 





martes, 21 de junio de 2016

La sombrera de Lanzarote

Si existe un elemento de la indumentaria femenina de Lanzarote que haya destacado por encima del resto, despertando admiración e interés a lo largo del tiempo, ese es la sombrera.

Fue el tocado más popular de la campesina lanzaroteña, especialmente usado por las mujeres de mayor edad, pero también por jóvenes y niñas. Está compuesta por una copa tronconónica y un ala cuya dimensión varía en función de la zona geográfica de la isla: más abierta y amplia en la zona centro-sur de la isla (la Vuelta de Abajo) y más cerrada y corta en el norte (la Vuelta de Arriba), y mucho más aún en La Graciosa.

Vendedoras en la Recova de Arrecife. Fotografía
tomada por Teodoro Maisch en 1928 (Fedac)
El investigador Ricardo Reguera ha estudiado en profundidad este y otros elementos de la vestimenta insular, que pueden consultarse en su magnífico libro Las indumentarias y los textiles de Lanzarote. En él explica cómo han existido distintos modelos de sombrera, siendo el más frecuente el que está confeccionado con empleita de palmito en el exterior y de trigo en el interior. 
El proceso de elaboración consiste en realizar primero la empleita y después coserla desde el centro de la copa en forma de espiral, montándola poco a poco. Si bien muchas mujeres sabían realizar empleitas, solo las sombrereras eran capaces de darle la forma correcta. Aunque no era un oficio en sí mismo, sí que constituía un complemento a la economía familiar, dedicándose a esta tarea en los ratos libres.

Doña Hortensia Pérez Abreut haciendo una empleita de palmito en
su casa de Los Valles (Fotografía tomada de Pellagofio)
Doña Hortensia realizando la empleita de paja de trigo para forrar el interior (Fotografía tomada de Pellagofio)
Puesto que era habitual que las mujeres cargaran peso sobre las sombreras, la copa muchas veces se reforzaba en el interior con un círculo de cartón y también se forraba con tela para evitar el roce en la piel. En la base se cosían dos cintas para atarla bajo el mentón, normalmente sobre un pañuelo. Como único elemento ornamental, se colocaba una banda realizada con retales (casi siempre negros) alrededor de la base exterior, rematada a un lado con un lazo, que además servía para reforzar la copa y evitar que se alargara.

Vendedoras de pescado de La Graciosa bajando el Risco de Famara de regreso tras
intercambiar pescado por granos y papas en la zona norte de Lanzarote.
(Fotografía de Javier Reyes tomada de Memoria digital de Lanzarote)

Probablemente usada desde muy antiguo (si no idéntica, sí de similares características) para las labores al aire libre, parece que fue a partir del siglo XIX cuando el uso de la sombrera se popularizó, pasando a constituir para las mujeres campesinas una prenda indispensable de diario, tanto que, como apunta Reguera, la usaban también dentro de la casa, desprendiéndose de ellas solo para dormir.

Vecina de Tías haciendo rosetas en el exterior de su vivienda,
ataviada con la tradicional sombrera y pañuelo
(Fotografía de Marcelino García. Colección particular)
Campesinas de Lanzarote trabajando la tierra con sus sombreras para protegerse del calor.
Fotografía de Francisco Rojas Fariña recogida en Rincones del Atlántico
Con su particular fisonomía, la sombrera cumplía perfectamente la función de proteger el rostro y la cabeza del fuerte calor, convirtiéndose así en la mejor de las aliadas para mantener la blancura de la piel, el más preciado de los tesoros de la mujer lanzaroteña hasta hace unas décadas. Así lo describía el geólogo Eduardo Hernández-Pacheco, que visitó la isla en 1907:
Visten faldas y corpiños de colores claros, a la cabeza llevan un pañuelo ceñido que les tapa las mejillas y la barba, encima un sombrero de paja de alas descomunales, y las manos resguardadas por guantes de piel de cabrito. En cambio todas llevan los pies descalzos. El gran empeño de las muchachas de Lanzarote es que el sol no les tueste el cutis de la cara y de las manos, en cambio, como en el pueblo van calzadas, les importa poco tener los pies morenos.
Asociada al mundo rural, el folclore, la literatura y el arte la han tomado como elemento representativo e indispensable de la campesina lanzaroteña:  
Poema de Leopoldo Díaz publicado en el periódico Acción (6/08/1932)
Detalle del mural Alegoría de la isla, pintado por César Manrique
para el Parador de Turismo de Arrecife (hoy sede de la UNED) en 1950
Poema de Fidel Roca publicado en el semanario Pronósticos del 18/02/1947
Hermetismo físico, pero también emocional: tras la sombrera, la mujer de Lanzarote ha ocultado no solo su rostro, sino también sus pesares, sus anhelos e incluso sus alegrías. Tanto lo que muestra como lo que esconde producen un magnetismo tal que hacen que trascienda de su función pragmática para convertirse en un elemento de una carga estética y simbólica sin parangón. 


Señora de Femés retratada en su vivienda (Colección particular)



FUENTES
HERNÁNDEZ PACHECO, Eduardo: Por los campos de lava, Fundación César Manrique, Lanzarote.-
- REGUERA RAMÍREZ, Ricardo: Las indumentarias y los textiles de Lanzarote, Gobierno de Canarias, 2006.

domingo, 5 de junio de 2016

La casa de Ruperto Vieyra en Yaiza

En el sureño pueblo de Yaiza, a los pies del Lomo del Cura (aquel al que, según cuenta la tradición, se subió el párroco Andrés Lorenzo Curbelo el 1 de septiembre de 1730 para ver el comienzo de las erupciones), se encuentra uno de los mejores ejemplos de casas señoriales decimonónicas que se conserva en Lanzarote. Oculta tras la Casa Benito Pérez Armas, al final de un pequeño callejón aguarda silenciosa e ignorada por muchos de los habitantes de la isla y de aquellos que nos visitan.



Esta magnífica mansión fue construida a mitad del siglo XIX por Ruperto Vieyra y Sousa, un comerciante de ascendencia portuguesa nacido en Las Palmas que, según parece, se había establecido en Lanzarote atraído por el comercio de la barrilla, casándose con Joaquina Pereyra de Armas.

La vivienda, de dos plantas y de considerables dimensiones, presenta una imponente fachada retranqueada en la que sus cuerpos laterales sobresalen a modo de torreones. Enmarcada por dos pilares de piedra rematados por floreros (elementos ambos que ennoblecen el edificio), una elaborada cancela aísla la casa del exterior, dando paso a un jardín delantero al que dan siete ventanas de guillotina, tipología poco habitual en la isla, y casi exclusiva de las altas clases sociales. En el centro del patio existió una fuente que, según el historiador Agustín de la Hoz, hizo de ésta la primera casa de Lanzarote en tener agua corriente.






Distintos detalles de la vivienda en la actualidad.

Apuntan diversas fuentes que don Ruperto era una persona afable y hospitalaria, y así parece demostrarlo el hecho de que dos ilustres viajeros visitaran su casa a finales del siglo XIX: el francés René Verneau (entre 1884 y 1887), y la británica Olivia Stone (en 1883). No obstante, como veremos a continuación, la visión que ambos ofrecen de la vivienda y sus propietarios es absolutamente diferente. 

Durante su visita a Yaiza, ya en sus últimos días de estancia en Lanzarote, Verneau recala en esta casa por recomendación del cura, que lo llevó a visitar la casa más confortable de Yaiza, característica que no pareció compartir el francés, a juzgar por sus palabras: 
Con gran complacencia, la propietaria me hizo los honores de su casa y de su jardín. Este contenía algunas plantas de ornamentación que adornaban muy poco, pues no se les daba sino la cantidad de agua estrictamente necesaria para impedirles morir. Esforzándome en admirarlo y haciéndole los elogios que me ordenaba la más vulgar amabilidad, no tenía, parece, el aire de estar completamente convencido de encontrarme ante una de las maravillas del mundo. Entonces se intentó forzar mi admiración. Habíamos vuelto al patio, y ya me disponía a despedirme de la señora cuando, a la orden de "abran" vi brotar, a mi lado, un pequeño surtidor de agua. La dama estaba radiante y, sin duda, juzgando que bajo los efectos de la sorpresa que me había dado no podría rehusar testimoniarle mi reconocimiento, se apresuró a presentarme un bonito y pequeño álbum, rogándome que le dejara un autógrafo en recuerdo de mi visita. Era un tributo que pedía a todos sus visitantes (...) Yo hubiese tenido mala fe en no firmarle uno, después de haber visto funcionar un surtidor de agua, cuyo grifo fue abierto en mi honor.
En Yaiza, como en el resto de la isla, el agua es muy escasa y se mira como un ser privilegiado el que puede permitirse consagrar medio hectolitro a una simple distracción. Es verdad que la que había visto brotar no se había perdido, pues fue recogida con cuidado y repuesta en su sitio, en la reserva colgada detrás de la puerta, hasta que se presentara una nueva ocasión de hacerla pasar por el tubo de plomo.
Este tono condescendiente e incluso burlesco de Verneau contrasta enormemente con el usado por la británica Olivia Stone, quien había llegado a Yaiza en una tartana de cuatro ruedas propiedad, precisamente, de Ruperto Vieyra:
(...) al otro lado, por encima del pueblo, se eleva la vivienda magnífica, amplia y pintoresca, de don Ruperto Vieira, nuestro anfitrión. Son las 2:30 p.m. cuando cruzamos la cancela y entramos en un patio o jardín, ya que la casa ha sido construida muy inteligentemente y sólo tiene tres fachadas, permitiendo así la vista desde todas las ventanas. Una fuente con flores y plantas adornan el patio que atravesamos para llegar hasta la casa. Allí nos da la bienvenida cordialmente la hermana de don Ruperto, doña Clodosinda Vieira, y, tras descansar durante algunos minutos y contar las anécdotas de nuestra expedición, salimos. Antes, sin embargo, nos llevan a nuestros cuartos para que veamos el paisaje, que es magnífico, diferente a todos los que he visto antes (...) Doña Clodosinda nos acompañó en nuestros paseos. Me dice que le gusta mucho más estar aquí que en Arrecife, que está mucho al aire libre, casi todo el día, entrando y saliendo, cuidando del jardín y de los animales y supervisándolo todo en general. Su vida me recuerda más a la vida campestre en Inglaterra que la de cualquiera de los que he conocido hasta ahora. La felicidad resultante se percibe en su aspecto vivo y satisfecho y en la forma tan ágil que tiene de moverse.
Tras la cena y el té, que nos sirvieron como en la casa de cualquier otro caballero del archipiélago (...) subimos a la azotea para no perdernos la puesta de sol. Por supuesto que al viajar hemos recibido la hospitalidad de personas de todas las clases, que nos la ofrecieron amablemente y sin esperar nada a cambio, pero el contacto con la aristocracia de estas islas ha sido de lo más agradable de nuestro viaje. 
Y termina añadiendo:
Nos asignaron un grupo de habitaciones en una de las alas de la casa, que, después de lo que hemos tenido que soportar con tanta frecuencia, eran de lo más lujoso. Nos habían proporcionado, como es habitual, todo lo necesario, o lo que pudiéramos necesitar, para nuestro aseo. 

Además del valor documental de su testimonio (y de lo agradable de sus palabras de elogio hacia la casa y sus propietarios), el libro de Stone ofrece un atractivo aún mayor, pues reproduce un grabado y una fotografía del inmueble, que nos sirven para advertir que la fachada conserva sus características principales, aunque ha perdido una más que probable policromía y decoración con bandas o cenefas, como puede apreciarse en las imágenes realizadas por Harris Stone, esposo de Olivia. 








En cualquier caso, como advertíamos al comienzo, consideramos que la casa de Ruperto Vieyra y Sousa constituye uno de los mejores edificios de su tipología y época conservados en Lanzarote, representativos de una determinada clase social y cultural y que, por tanto, puede muy bien ser una atractiva parada en nuestra visita al ya de por sí fascinante pueblo de Yaiza. 





FUENTES:
DE LA HOZ, Agustín: Lanzarote. Obra escogida, Cabildo Insular de Lanzarote, 1944.
- STONE, Olivia: Tenerife y sus seis satélites, Ediciones del Cabildo Insular de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, 1995.
- VERNEAU, René: Cinco años de estancia en las Islas Canarias, 5ª edición, Ediciones J.A.D.L., Tenerife, 1981.

domingo, 14 de diciembre de 2014

La orchilla, un liquen para la Historia de Lanzarote

La orchilla es un liquen de la familia de las Roccellaceae que tiene una sustancia denominada orceína, de la cual se obtiene el color púrpura que históricamente se empleó en la industria tintórea. Aunque existen numerosas variedades, la más abundante en Lanzarote es Roccella tinctoria.

Crece de manera especial en los riscos costeros orientados a los vientos alisios, los cuales, procedentes del mar, le aportan las sales necesarias para su desarrollo. El Risco de Famara o los Islotes del norte han sido zonas tradicionalmente ricas en orchilla, aunque también aparece en otros lugares de Lanzarote.



Orchilla en el Risco de Famara




Orchilla y otros líquenes cerca de Peña Jendía, en Órzola


La orchilla en la Historia de Lanzarote

Desde la Antigüedad, el color púrpura fue considerado un signo de distinción de los poderes políticos y eclesiásticos, siendo usado en ropajes, alfombras, cortinas o reclinatorios. Algunos historiadores sostienen que los fenicios, una vez sobreexplotado el molusco del género Múrex del que extraían el tinte púrpura en el Mediterráneo, habrían llegado hasta Lanzarote y Fuerteventura en busca de orchilla. Otros investigadores consideran que fueron los romanos quienes colonizaron y poblaron las islas con el objetivo de comercializar la orchilla, identificando así a nuestro archipiélago con las Islas Purpurarias de Plinio.

A lo largo del siglo XIV, cuando Canarias es "redescubierta" por lo europeos, visitan la isla numerosos navegantes (especialmente mallorquines), que vienen a comerciar con los aborígenes (majos), a los que les ofrecen baratijas y alimentos a cambio de orchilla, la cual va adquiriendo buena fama en Europa debido a su alta calidad. Tanto es así que, para muchos estudiosos, uno de los principales motivos por los que Jean de Bethencourt emprendería la conquista de Canarias habría sido precisamente el hacerse con el comercio de la orchilla, pues el normando era dueño de Grainville-la-Teinturière, un feudo donde poseía numerosas fábricas dedicadas a la industria tintórea. No en vano, una de las primeras medidas que tomó Bethencourt una vez se hizo con las islas fue reservarse su exclusivo provecho, tal y como se cita en "Le Canarien"la crónica de la Conquista:
En lo que respecta a la orchilla que nadie ose venderla sin el permiso del rey y señor del país. Es una grana que le puede producir grandes ganancias.

Poco tiempo después, también la Iglesia comienza a exigir el diezmo sobre el liquen, lo que provocó el descontento entre la población, que en 1475 se rebela contra los señores de Lanzarote, Inés Peraza y Diego García de Herrera, alegando, entre otras cosas, que 
Nos toman nuestras orchillas, que siempre tratamos y cogimos nosotros como cosa nuestra y la vendíamos a cualquier persona que queríamos pagando a los Señores su quinto. De la cual orchilla éramos reparados para nuestros proveimientos y mantenimientos de nosotros y de nuestras mujeres e hijos. Y ahora los dichos Señores nos la quitan y atribuyen para sí. 
Este levantamiento terminó con el ahorcamiento de los cabecillas, cuyos cuerpos fueron arrojados al Barranco de la Horca de Teguise, que desde entonces recibe esta denominación. El monopolio de los Señores de la isla sobre la orchilla duró hasta la abolición de los señoríos por Decreto de 1811.

A pesar de ello, este liquen fue uno de los principales productos de exportación de Lanzarote hasta el siglo XIX, cuando el descubrimiento de tintes artificiales y la sustitución de la orchilla por otros productos como la barrilla y posteriormente la cochinilla hacen que vaya entrando en decadencia. No obstante, hasta la primera mitad del siglo XX continuará su recolección como una actividad complementaria y marginal, realizada por campesinos fundamentalmente.

Obtención del tinte

Para extraer el tinte era necesario lavar y secar la orchilla, molerla y mezclarla con orina disuelta en agua, a la que se le añadía potasa sosa y se cerraba herméticamente, abriéndose de vez en cuando durante varios días, hasta obtener una pasta color purpúreo. Con la orchilla se podían teñir fibras de origen animal como la seda o la lana, pero el color no era permanente, si bien es cierto que en tiempos pasados el lavado de las prendas no era frecuente.

Curiosamente, en Canarias no existe constancia del tratamiento tintóreo de la orchilla, pues la actividad se limitaba a su recogida y exportación, importándose posteriormente las telas ya teñidas.

Los orchilleros

La sobreexplotación y mala recolección de la orchilla (en muchas ocasiones era arrancada de raíz, impidiendo que volviera a crecer), hizo que este liquen quedara reducido a los espacios más inaccesibles, como el Risco de Famara, lo que complicaba tremendamente el trabajo de los orchilleros, que debían quedarse colgados sobre una especie de columpio de escasa fiabilidad. Sabino Berthelot lo describía así:
Suspendido sobre los abismos desafiaba los mayores riesgos para obtener la orchilla, ese preciado liquen tan buscado en Canarias. Los peligros a que se exponen nuestros enjabelgadores no pueden comparársele. La cuerda de los orchilleros no tiene nudos, sus piernas no son retenidas por ningún gancho, y una simple tabla los mantiene en equilibrio. Sentados sobre ese débil soporte, se impulsan, apoyando los pies contra los ribazos de los barrancos, para voltearse de un lado a otro. De esa forma se aseguran a los salientes de las rocas. Se fijan a los sitios que quieren explorar por medio de un corto bastón corvo. Cuando las anfractuosidades de la montaña hacen inútil el empleo de la cuerda, entonces emplean la lanza de los guanches: de una ojeada eligen el punto de apoyo y salvan todos los resaltes.


Ilustración sobre la recolección de la orchilla en
Lanzarote que aparece en el mapa de
Bernardino Lorente en 1772
Dibujo de un orchillero realizado por Alfred
Diston a comienzos del siglo XIX


El geólogo español Hernández Pacheco también expresó en su libro "Por los campos de lava" (1907) su asombro ante las dificultades que afrontaban los orchilleros:
Era principalmente en las grietas del acantilado (de Famara) donde se hacía la mayor cosecha del preciado liquen que vegeta sólo a alturas superiores a los 300 m. A riesgo de caer al precipicio, hombres y mujeres, especialmente las últimas, buscaban entre las quiebras y salientes del altísimo paredón la tintórea planta, suspendiéndose en lo alto del risco en un palo en forma de trapecio, pendientes de una cuerda, para buscar la preciada hierba en las concavidades inaccesibles de la muralla, cual arañas colgadas de tenues hilos.
Orchillero recogiendo orchilla en un risco,
según litografía de Lassalle en 1837


Como podemos leer de esta cita, la recolección de orchilla no fue un oficio exclusivamente masculino; de hecho, muchas mujeres e incluso niños recogían orchilla con la que ganar algo de dinero para complementar la escasa economía familiar. El escritor lanzaroteño Ángel Guerra dedicó en 1920 un cuento a las mujeres que se dedicaban a recoger este liquen en el risco de Famara, llamado "Las Paces":
Así, con riesgo siempre, afanábanse en coger orchilla las mujeres todo el día. Las que criaban, y eran las más, pues para el rudo oficio se necesitaba agilidad juvenil, dejaban arriba, á poca distancia del cantil, los niños medio abandonados, á la custodia de los perros, en cunas improvisadas en hoyos abiertos en la tierra, en cuyo fondo colocaban una azalea (...).
Puede consultarse completo en: Las paces


El investigador Ricardo Reguera, en su libro "Las indumentarias y los textiles de Lanzarote", recoge los versos que unas gracioseras cantaron a una mujer que se encontraba recogiendo orchilla en las peñas de Tao, en Órzola:

Orchillera oficio puto
quién la usa menos tiene
y quien la viene a coger
hasta la vergüenza pierde.

A lo que ella respondió:
Marinera soletina (por usar soletas)
que andas de playa en playa
engordando las sardinas
con la mierda que ‘ustés’ cagan.

Estas palabras nos indican que el trabajo de orchillera continuó vigente hasta las primeras décadas del siglo XX, aunque considerado entonces como una actividad marginal y mal vista.




En definitiva, la orchilla fue, al igual que la barrilla o la cochinilla, un producto natural de primer orden en la economía lanzaroteña, que pudo subsistir como tal a lo largo de la historia gracias al esfuerzo anónimo de unos hombres y mujeres que se jugaron sus vidas a cambio de casi nada. 


Fuentes:
- PALLARÉS PADILLA, Agustín: Tres productos históricos en la economía de Lanzarote: la orchilla, la barrilla y la cochinilla, Academia de Ciencias e Ingenierías de Lanzarote, Arrecife, 2004.
- REGUERA RAMÍREZ, Ricardo: Las indumentarias y los textiles de Lanzarote, Gobierno de Canarias, 2006.
- HERNÁNDEZ RODRÍGUEZ, Germán: La orchilla en Canarias. Implicaciones socioeconómicas, Tesis doctoral de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, 2004.
- GONZÁLEZ PÉREZ, Manuel e HIDALGO SANTANA, Fernando: "Los tintes naturales en Canarias", Agricultura: Revista agropecuaria, 1992.
- HERNÁNDEZ PACHECO, Eduardo: Por los campos de lava, Fundación César Manrique, Lanzarote.