viernes, 27 de septiembre de 2013

Los taros, una joya de nuestro patrimonio etnográfico

En nuestros paseos por los siempre sorprendentes campos de Lanzarote a menudo nos vemos recompensados con la visión de unas estructuras de piedras de un fuerte carácter megalítico. En ocasiones pasan desapercibidas y sólo se hacen visibles cuando pasamos junto a ellas, pues se encuentran absolutamente mimetizadas con el lugar donde se erigen.

Taro en las inmediaciones del Volcán de La Corona.
Fotografía tomada de pixcelarte.com

Hablamos de los "taros", "refugios" o "chozas", términos con frecuencia empleados como sinónimos para designar uno de los elementos más característicos y bellos de nuestro patrimonio etnográfico. Se trata de estructuras de piedra, normalmente seca,  sin argamasa de ningún tipo (aunque algunas, las más desarrolladas, tienen barro y paja en su interior), de planta circular o cuadrangular,  que se encuentran en zonas agrícolas o ganaderas. Pueden hallarse exentas, como un pequeño edificio, o bien adosadas a una pared, o incluso insertas en las paredes que delimitan los terrenos, para así no perder espacio de suelo productivo.
Taro o choza adosada a los abrigos de los frutales en la Vega Grande de Ye
Sus techos, la mayor parte de las veces, están formados por aproximación de hiladas, en lo que se conoce como "falsa cúpula" o "falsa bóveda", sobre las que, en ocasiones, se colocan piedras de pequeño tamaño. Su entrada es siempre pequeña, para proteger contra las inclemencias del tiempo, y evitar el acceso a los animales. La "puerta" suele presentar una estructura adintelada, con una laja de grandes dimensiones como elemento horizontal, existiendo algún caso de acceso con forma de arco.
Taro de cubierta cónica en las inmediaciones del volcán de La Corona.
 "El que es amañao hace una choza con su cucurucho"
(palabras de Dorina Torres, vecina de Máguez, recogida en el libro
"La cultura del agua"). Fotografía de Alexis Arteta
Las funciones de estas construcciones entre los agricultores y pastores eran múltiples:
a) Por un lado, servían de protección contra el sol, el viento, la lluvia o el granizo. En el caso de los agricultores, si la finca estaba lejos de sus casas y las labores tomaban mucho tiempo, podían pasar la noche en ellos.

b) Por otro lado, ejercían funciones de almacenamiento de los aperos de labranza y la cosecha que se iba recogiendo, así como de los alimentos y el agua llevados para sobrellevar la dura jornada de trabajo.

c) Este tipo de estructuras también han sido utilizadas, desde tiempos remotos, como torres de vigilancia, como es el caso del "taro" que se encuentra en las faldas del Volcán de La Corona, en el barrio de El Tefío, en Ye, cuya finalidad era evitar que el ganado se metiera en las fincas.
Taro con función de vigilancia en Ye

d) Por último, otra acepción de la palabra "taro" es aquella que hace referencia a las construcciones anexas o cercanas a las viviendas que eran usadas a modo de neveras, para secar los quesos o el pescado, o bien para almacenar cereales.

POSIBLE HERENCIA PREHISPÁNICA

Para algunos historiadores, como el arqueólogo José de León, el sistema constructivo que presentan los taros podría ser una clara herencia de los majos, población existente antes de la Conquista.
La falta de madera en la isla habría determinado la necesidad de realizar cerramientos con piedras, y, para ello, la forma más sencilla es la aproximación de hiladas hasta generar una falsa bóveda o falsa cúpula. Sencilla, en el sentido de ofrecer una solución con los materiales existentes, pero muy compleja en su ejecución. No obstante, los majos alcanzaron un gran dominio de esta técnica con la elaboración de las "casas hondas", viviendas semienterradas de planta circular, de una o varias estancias, que sobresalían únicamente unos 80 ó 100 cm por encima del suelo para buscar protección frente a los vientos y la humedad.
Reconstrucción de una casa honda según Santiago Alemán

Este sistema constructivo se habría heredado para la realización de los taros (o chozas) y también para los techos de los aljibes, especialmente los más antiguos.
Aljibe del antiguo pueblo de Santa Margarita (Guatiza)
TAROS DESTACADOS

Ya decíamos al comienzo que, agudizando la vista, es posible encontrar múltiples taros o chozas "decorando" los campos conejeros. No obstante, el topónimo "taro", por cierto, de origen prehispánico según los estudiosos, se ha mantenido en algunas zonas de la isla, destacando dos: el taro de Testeyna y el de Tahíche.
a) El taro de Testeyna

Testeyna era una antigua aldea (posiblemente existente desde época aborigen, a juzgar por su topónimo), que quedó enterrada por la lava y las arenas de las erupciones de Timanfaya. Se encontraría en las inmediaciones de la montaña de su mismo nombre. Los caprichos de la naturaleza hicieron que una de sus construcciones sobreviviese al volcán para presentarse ante nosotros como testimonio de la antigua aldea: un taro, que hoy da nombre a la zona.
Taro de Testeyna

Se trata de un inmueble de planta circular y techumbre abovedada, por aproximación de hiladas, que en la actualidad se presenta semienterrado, si bien, a juzgar por las excavaciones realizadas en el 2001 por el quipo de José de León, no fue así en su origen. Además de su incalculable valor arqueológico, presenta otro interés añadido: según una documentación encontrada por el investigador Jaime Gil, el taro, junto al conjunto de casas que había en la zona, habrían pertenecido a los abuelos del célebre escritor ilustrado José Clavijo y Fajardo, cuya vida, además, inspiró al mismísimo Göethe.

b) El taro de Tahíche

En medio de las coladas volcánicas que, emitidas por el volcán de las Nueces, llegan hasta Arrecife, se encuentra, en el pueblo de Tahíche, un taro que hoy se encuentra semiderruido.
Taro de Tahíche. Reproducido en el libro "Lanzarote. Arquitectura inédita"

Es bien sabido que Manrique, tras regresar de Nueva York e instalarse en Lanzarote, escogió como terreno para su construir su casa precisamente una parte de ese "volcán" (como llamamos en Lanzarote a las coladas), en el cual se encontraban cinco burbujas que posteriormente se transformarían en su vivienda y, desde 1992, sede de su Fundación.
En honor al taro que se encontraban en sus inmediaciones, denominó a su casa "Taro de Tahíche", pues para el artista esa construcción presentaba los mismos valores de refugio y cobijo que él deseaba dar a su hogar.
Taro en Tinache. Fotografía tomada del libro "Tinajo, el lenguaje de la tierra"


Taro en el jable de Mala

Taro adosado a un muro en La Cerca (Guinate)

El progresivo abandono de los campos ha hecho que los taros, refugios o chozas hayan ido perdiendo su uso, mostrándose hoy como un testimonio de incalculable valor etnográfico que debemos proteger y mantener vivo.
FUENTES:
- FARRAY BARRETO, José y MONTELONGO FRANQUIZ, Antonio J.: "Refugios agrícolas, torres de vigilancia y taros en Lanzarote," en X Jornadas de Estudios sobre Lanzarote y Fuerteventura. Tomo II, Cabildo Insular de Lanzarote y Cabildo Insular de Fuerteventura, Arrecife, 2004.
- VV.AA:: La cultura del agua en Lanzarote, Cabildo Insular de Lanzarote, 2006.
- DE LEÓN HERNÁNDEZ, José: Lanzarote bajo el volcán, Cabildo Insular de Lanzarote, Arrecife, 2008.
- GIL LEÓN, Javier, MORENO MEDINA, Claudio y MARTÍN CABRERA, Nicolás: Tinajo, el lenguaje de la tierra, Aderlan, Ayto. de Tinajo, Cabildo de Lanzarote, 2008.
- MANRIQUE, César: Lanzarote. Arquitectura inédita, Cabildo Insular, 1988.
- ALEMÁN, Santiago: Tesoros de la isla, Cabildo de Lanzarote, 2000.
- PERERA BETANCORT, Francisca: Arquitectura tradicional y elementos asociados de Lanzarote, Aderlan, 2009.

martes, 17 de septiembre de 2013

Mararía, símbolo de Lanzarote


"El fruto de Lanzarote debe rodearse como la naranja de una cáscara amarga y defensiva. Defender el sentimiento, la dulce jugosidad interior que da la naturaleza volcánica, desértica, sugestiva y única"[1]

 Arozarena y Lanzarote


La historia de amor de Rafael Arozarena con Lanzarote comenzó cuando el escritor fue destinado a la isla como técnico de la compañía Telefónica para instalar las antenas en la Atalaya de Femés. Eran los años cuarenta y la isla se hallaba sumida en la miseria propia de la posguerra. Durante estos meses, su hogar fue un "simple cuartucho de muy pocos metros cuadrados, donde me ubicaba difícilmente por las noches para dormir entre las unidades de transmisión y recepción. Mi cama estaba formada por los pajullos y papeles que habían servido para envolver aquellos delicados aparatos. Pero bien; entonces uno era joven y soportaba todo, como la soledad, el frío y el hambre..."[2]. Téngase en cuenta que la Atalaya de Femés es la segunda montaña más alta de Lanzarote, alcanzando su cima los 607 metros de altura, lo que hace que el viento y el frío lleguen a ser verdaderamente insoportables, especialmente en la época de los alisios.
Retrato de Rafael Arozarena. Tomado de
www.pellagofio.com

 A ello hay que unir el hambre que el escritor pasó. Él mismo recordaba, con gran sentido del humor, cómo su dieta a lo largo de estos ocho meses consistía en una docena de higos porretos  y dieciséis litros de vino de Uga a la semana. Realizando sus cálculos, resultaba que comía tres higos al día durante cuatro días a la semana, sobreviviendo los otros tres días gracias al vino conejero: "(...) los domingos, lunes y martes, el hambre y el vino me hacían ver extraordinarias visiones, como la Isla de Lobos que vista desde allá arriba tiene la forma de una chuleta que a las doce del día tenía una nubecilla encima y estaba humeante y en su punto y yo le hincaba el diente, y me sabía a gloria y gracias a esto puedo jurarles que estoy vivo..."[3].


Vistas desde la falda de la Atalaya de Femés. A la izquierda pueden verse
las casas del pueblo y, al fondo, y delante de las arenas de Corralejo,
la Isla de Lobos

A pesar de proceder de una isla fértil y verde como Tenerife, y a pesar de la miseria que encontró en Lanzarote, el paisaje de Femés y el de la isla en general le cautivó desde el primer momento, y, así, lo que en principio pudo parecer un destierro comparable al que sufrió Unamuno en Fuerteventura, acabó por convertirse en un encuentro fecundo y fascinante. Femés, al que describía como "un pueblo de Oriente que llegó a la isla con vendavales de África, con las arenas del Sahara, grano a grano", así como "celeste y marinero y tiene los pies en el agua, allá abajo, en tierras de Rubicón"[4], hizo una cura en su alma, "mostrándome el valor de la soledad y la belleza de la vida tan austera, pobre y digna del campesino femesiano"[5].


Iglesia de Femés. "Los perros a esa hora confunden la torre
de la iglesia con Mararía la bruja, porque ella tiene la
silueta alta y oscura y los ojos le brillan como los bronces
de las pequeñas campanas"
El escritor contaba cómo en un atardecer vio la silueta de una anciana de brillante y turbadora mirada a la que, en un primer momento, confundió con una joven. Tras descubrir que se trataba de una mujer de casi noventa años que gozó de una belleza deslumbrante en su juventud y a la que en ese momento los muchachos  tomaban por bruja, se sintió fascinado por ella. Aunque no pudo intercambiar palabra con la anciana, pues por ese entonces ya no hablaba con nadie, comenzó a indagar entre las gentes del pueblo, tomando exhaustivos apuntes sobre su vida. Casi treinta años después los reunía en formato de novela, surgiendo entonces "Mararía", aunque antes ya había publicado el poema "María la de Femés", en un libro titulado "A la sombra de los cuervos", del que entresaco algunas estrofas:

María la de Femés
ahora por estar vieja
nadie recuerda quién fue.
Los ojos como dos higos
como dos higos tunos
con las pestañas de picos
Era arisca como un cacto
y al hombre que la rozara
le sangrarían las manos.
Tronco torcido de vid,
el tiempo calcó en su cuerpo
arrugas de malpaís.
Secas sus piernas, resecas,
lo mismo que a los camellos
se le volvieron de arena.

Mararía

Mararía es una de las novelas canarias más leídas de todos los tiempos. La historia es bien conocida: una joven de Femés, poseedora de una deslumbrante belleza, es pretendida por todos los muchachos del pueblo. Ella lucha por encontrar el amor verdadero mientras es engañada una y otra vez por los hombres, que sólo se acercan a ella cautivados por su belleza. Desesperada por encontrar a alguien que la quisiera por lo que verdaderamente era, decide autoquemarse.


Portada de la primera edición de Mararía, de 1973
La novela es una mezcla de elementos reales y  ficticios, mágicos, que desconciertan al lector generando una atmósfera surrealista. Él mismo confesaba que "Mararía" había sido escrita por un poeta más que por un novelista. El resultado es una obra repleta de bellísimas imágenes, en la que la protagonista es presentada como símbolo de la propia la isla de Lanzarote: "Mararía pretendía tener a su lado una persona que apreciara su corazón, por eso se quemó, esperando que aquello en lo que se convierte, una especie de tronco reseco y retorcido, si era amado, lo sería de verdad. Enseguida hice un símil con la isla, que también se ha incinerado a sí misma con sus volcanes"[6]. Efectivamente, en las numerosas descripciones que se hacen de Mararía a lo largo de la novela, Arozarena parece estar hablando de Lanzarote: "Estaba descalza y sus pies secos y arenosos, delgados y fuertes, parecían agarrarse al piso. (...) Pero en la parte alta de aquel árbol requemado, algo surgía incandescente aún; algo como una brasa encendida surgía de aquellos ojos negros, árabes, jóvenes y hermosos. ¿Fuego? -me preguntaba yo mismo-. ¿Qué clase de fuego?"[7]  

Otros personajes de la novela, como el médico don Fermín, son descritos de manera similar: "Por encima de aquella mano regordeta y encendida de don Ermín, contemplé de nuevo la piel de la isla, seca y apergaminada, junto a los viejos cráteres. Muerta, inmóvil, tampoco la isla sería eterna. El viento se encargaría de llevarla a su fin"[8].

 La propia idea de la ermita arrasada por el fuego provocado por Mararía para quemarse podría ser un guiño a la ermita de Santa Catalina, sepultada por las lavas de Timanfaya en el siglo XVIII, cuyo recuerdo está muy enraizado entre las gentes de La Geria, que aseguran haber visto sus restos entre el volcán.

 Lanzarote, al igual que Mararía, fue históricamente pretendida y acosada por muchos: "Fenicios o cartagineses, árabes o berberiscos, han trampeado la isla para apresar sus valores" (no es arbitrario que el hombre que iba a casarse con Mararía fuese un jarandino). Por eso, tanto Mararía como Lanzarote se quemaron para defenderse: "Hice bien requemando la isla de Lanzarote. Y hacen bien los poetas, los arquitectos y alcaldes de los pueblos lancelóticos en ponerle turbantes a las chimeneas de las casas y crean los cazadores foráneos que la isla es plaza tomada y pasen de largo (...)"[9].  "La isla es como una mujer. Tiene su fertilidad y hay que defenderla del diablo. Para ello le cubren el cuerpo con arena del volcán, piedra ya quemada contra la que el fuego no puede"[10].

Y es que Arozarena siempre demostró un amor especial hacia Lanzarote, manifestando su dolor y malestar ante acciones que restaban autenticidad a la isla, como la plantación de cocoteros en las playas. Creía que Lanzarote era un lugar único, "un paisaje sui generis a cuidar, ya que a través de la parquedad, la pobreza, el espacio vacío, el sacrificio humano de la agricultura y hasta la consecución de una muerte limpia y soleada, representan la casi insondable verdad de la más digna existencia"[11].

 En 1998 Antonio José Betancor rodó una película inspirada en la novela, aunque con variantes considerables en su trama. Arozarena declaró en referencia a ella que lo único que le gustó fue la difusión que suponía para Lanzarote y sus paisajes y, por supuesto, la banda sonora compuesta por Pedro Guerra. (Para ver la canción en YouTube, pinchar aquí: http://www.youtube.com/watch?v=3j2CdqLCNvo&feature=player_detailpage )

 En cualquier caso, lo cierto es que la novela "Mararía", desde su publicación en 1973 y su posterior salto a la pantalla, se ha convertido en un icono de la cultura lanzaroteña en general y del pueblo de Femés en particular. Así, constituye un excelente reclamo turístico por el que cientos de visitantes acuden a diario al "pueblo de Mararía", en un claro ejemplo de cómo la cultura puede ser un generador económico de primer nivel.





[1] AROZARENA, R.: "Pregón de las Fiestas de San Marcial", recogido en Obras completas IV. Artículos. Ediciones Idea, Tenerife, 2006, p. 101.
[2] ÍDEM: "Elegía al vino de Lanzarote", recogido en Op. cit., p. 107.
[3] ÍBIDEM: P. 108.
[4] ÍDEM: Mararía, Interinsular Canaria, 1983, p. 54.
[5] ÍDEM: "Pregón de las Fiestas de San Marcial", recogido en Op. cit. (2006), p. 99.
[6] ÍDEM: "La Mararía de Antonio Betancor resulta un personaje ñoño", en La Tribuna de Canarias, 7/12/1999, p. 67.
[7] ÍDEM: Mararía, Interinsular Canaria, 1983, p. 152.
[8] ÍBIDEM: p. 151.
[9] ÍDEM: "Motivaciones literarias de Lanzarote", recogido en Op. cit. (2006), p. 46.
[10] ÍDEM: Op. cit. (1983), p. 221.
[11] ÍDEM: "Motivaciones literarias de Lanzarote", recogido en Op. cit. (2006), p. 46.


lunes, 9 de septiembre de 2013

La Ciudad de las Gaviotas

El Risco de Famara

El Macizo de Famara-Guatifay, con una antigüedad estimada de unos doce millones de años y una longitud de, aproximadamente, unos 22 kilómetros, es una de las zonas más espectaculares de Lanzarote.
Antiguas construcciones militares
De todo el macizo, quizá uno de los lugares más impresionantes es la zona conocida como la "Batería
del Río", llamada así por ser el lugar escogido para la defensa de la isla ante un hipotético ataque por parte de Estados Unidos durante la guerra contra España en 1898, que finalizó con la pérdida de Cuba. Efectivamente, las excelentes condiciones de refugio que ofrece El Río, brazo de mar que separa Lanzarote de La Graciosa, hacía temer un posible desembarco de buques enemigos, por lo que se construyó, en apenas dos meses, una batería artillera en la zona donde hoy se ubica el Mirador del Río, y de la cual aún pueden verse algunas construcciones.

Volviendo al valor paisajístico del enclave, la visión desde esta zona del Risco de Famara resulta sobrecogedora, pues la sensación de estar en un abismo, con el desasosiego que conlleva, es paralelo al placer que produce la observación del Archipiélago Chinijo. El azul del mar y del cielo se mezclan con el amarillo del jable, el ocre de las montañas y el tono rojizo de las salinas, en un festival de colores que despierta los sentidos.  Olivia Stone, una viajera británica que visitó las islas a finales del siglo XIX, describía así su visita a la zona: "nos quedamos estupefactos al descubrir que estábamos al borde de un precipicio, con uno de los paisajes marinos más espléndidos a nuestros pies (...). Rara vez he visto algo más bello que estas escarpadas rocas de color gris, rojo y pardo, rodeadas de azul. Es el maravilloso colorido, el cielo azul con nubes aborregadas, y estos islotes escarpados, de vivos colores y desiertos, engarzados como piedras preciosas en un mar turquesa (...). Más a regañadientes que nunca, nos vimos obligados a abandonar este paraje (...)".


Vista desde la Batería del Río: en primer plano, las Salinas del Río; en
segundo, La Graciosa y, tras ella, Montaña Clara y Alegranza al fondo


Como era de esperar, para Manrique, poseedor de una exquisita sensibilidad, este singular paraje no pasó desapercibido, y a comienzos de la década de 1970, con la colaboración de Eduardo Cáceres y Jesús Soto, entre otros, construye el fascinante Mirador del Río, su obra más compleja y atrevida a nivel técnico. No obstante, antes de su creación, existió otro proyecto artístico de gran envergadura ideado por Fernando Higueras: La Ciudad de las gaviotas.

Vista del Mirador del Río, colgado sobre
el acantilado de Famara



Fernando Higueras
Retrato de Fernando Higueras, tomado
de "El País", 05.07.2008

Nacido en Madrid en 1930 y fallecido en 2008, fue uno de los mejores arquitectos españoles del siglo XX. Formado en las corrientes organicistas, sentía un gran respeto hacia la arquitectura vernácula, y en sus obras siempre trataba de unir tradición con modernidad, respetando el medio en que se enclavaban sus edificios.

Amigo y colaborador de César Manrique (trabajaron juntos en el Hotel Salinas de Costa Teguise), visitó la isla por primera vez en 1963. Sobra decir que la visión del Risco de Famara causó un gran impacto en el arquitecto: "(...) cortado a plomo sobre la inaccesible playa que existe a sus pies, es impresionante el panorama de las islas de La Graciosa, Montaña Clara, Alegranza y el Roque del Oeste. La llegada a este acantilado, situado junto al mar, se hace casi imperceptiblemente mediante suave pendiente desde el interior de la isla y nadie puede imaginarse que, al otro lado, y en un corte absolutamente vertical, puede contemplarse repentinamente, como vista aérea, el azul turquesa del mar que rodea estas islas".

Y así, fascinado por la belleza sin parangón de este enclave, diseñó "La ciudad de las gaviotas", un proyecto utópico basado en la creación viviendas-miradores, jardines y piscinas en plataformas excavadas en el risco a distintos niveles, protegidas del viento y mimetizadas con el entorno para no causar impacto visual: "Allí pensamos, también con idea de respetar el paisaje, crear unas bandejas informales y escalonadas, excavadas en el terreno, poco antes de llegar al borde del precipicio, instalando en ellas unos jardines y piscinas hundidos para, desde ellos, abrir unas perforaciones verticales que llegaran hasta la base del risco, a nivel de la playa. Calando a distintas alturas galerías horizontales que se asomaran al acantilado, quedaría sorprendido el visitante que creyera estar bajando hacia el centro de la tierra (...) Yo lo planteaba como naves de 20 metros x 5 m de altura y luego unos ventanales hacia el acantilado y se le metía un mejillón abajo y otro arriba como conchas semiabiertas sobre el mar. No estropeaban el paisaje y las viviendas miradores se verían solamente durante la noche como luciérnagas".



Dibujos del proyecto "La ciudad de las gaviotas"

Además de esto, el proyecto incluía la idea de instalar unos ascensores que llevasen a los visitantes hasta la paradisíaca playa de Bajo el Risco, inaccesible desde tierra: "Un sistema de ascensores conduciría cómodamente a los habitantes de este conjunto urbano desde los jardines hundidos superiores a los distintos niveles de los rascacielos (más bien rascainfiernos) subterráneos y, abiertos al mar, a modo de inmensa colonia de cavernas guanches, en forma de colonias de mejillones empotrados en el risco".


Vista del proyecto desde la playa del Bajo Risco

Aunque desde nuestra conciencia actual, mucho más estricta hacia la protección del medio ambiente, máxime en parajes protegidos (el Risco de Famara forma parte del Parque Natural del Archipiélago Chinijo),este proyecto pueda parecer inconcebible, es necesario apuntar que Fernando Higueras, en 1963, lo diseñó precisamente con el objetivo de resultar absolutamente respetuoso con el medio. Así, cada una de las instalaciones debía estar sometida a una posterior acción de mimetismo, pues era primordial ser imperceptible desde el exterior. Además, este sistema serviría para controlar el acceso a la playa, rechazando de este modo la construcción de ningún puerto o carretera que perturbaran la tranquilidad y la magia del paisaje.

Por otro lado, el proyecto contemplaba dejar La Graciosa tal y como estaba, y esto es importante remarcarlo, ya que en los años sesenta, siendo ministro de Información y Turismo Manuel Fraga, surgió la idea de urbanizar la octava isla con veinticinco mil camas y dotarla incluso de un aeropuerto.

En definitiva, esta "colonia de mejillones" sobre el Risco de Famara nos puede resultar hoy, cincuenta años después de su proyección, tan desconcertante como fascinante.

FUENTES:
- ÁBALOS, Iñaki: "Fernando Higueras, infinito", El País, 5 de julio de 2008.
- BRITO FERRAZ, Albert: Fernando Higueras, Memoria de Máster en Teoría e historia de la arquitectura, Universidad Politécnica de Catalunya, 2010.
- CLAR FERNÁNDEZ, José Manuel: Arquitectura militar de Lanzarote, Centro de la Cultura Popular Canaria y Cabildo de Lanzarote, 2007.
- HIGUERAS, Fernando: "Notas sobre una isla", en Lanzarote. Arquitectura inédita, Cabildo Insular de Lanzarote, 1988.
- STONE, Olivia: Tenerife y sus seis satélites, Ediciones del Cabildo Insular de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, 1995.













martes, 3 de septiembre de 2013

La Ermita de la Magdalena

La Ermita de la Magdalena, en Conil, es una de las más hermosas capillas privadas que se conservan en la isla de Lanzarote. Fue erigida a finales del siglo XVIII, y gozó desde entonces de una gran popularidad, pues antes de construirse la de Masdache y, posteriormente, la de Conil, se celebraban en ella las fiestas de la Magdalena, las cuales llegaron a ser las terceras en importancia de la isla, coincidiendo su celebración con el momento de probar las primeras uvas.


Ermita de la Magdalena
Pavimento de barro vidriado. Fotografía tomada del libro "Arquitectura tradicional
y elementos asociados de Lanzarote"


Su estructura es singular, ya que no sigue el esquema general de las ermitas de Lanzarote, pues no presenta espadaña ni cruz en su fachada, y su techumbre es plana y no inclinada. En el interior albergaba dos tesoros: un pavimento de azulejos vidriados amarillos y verdes (únicos en la isla) y un cuadro de "Magdalena ungiendo a Cristo".

Atribuida por la doctora Hernández Socorro al reconocido pintor grancanario Juan de Miranda, esta obra de considerables dimensiones y de enorme calidad presenta una composición dividida en dos escenas:
- Una superior de carácter celestial, en la que, con un rompimiento de gloria, aparece la Sagrada Trinidad, con la figura de Dios padre y la paloma del Espíritu Santo, además de un grupo de ángeles.
- La inferior está conformada por once personajes distribuidos alrededor de una mesa, siendo los protagonistas los dos del primer plano: Jesús y, especialmente, María Magdalena, que lava los pies del Salvador con sus lágrimas y se los enjuaga con sus cabellos. La tonalidad rojiza de su vestido y su rostro arrepentido delatan su condición de pecadora, reforzada por la mirada de asombro del personaje de la izquierda, que observa la escena escandalizado. 

En el margen inferior derecho aparece una cartela con un mensaje claramente didáctico, propio del barroco, que pone de manifiesto del arrepentimiento sincero y humilde de Magdalena:

Si te quieres combertir
el exemplo estás mirando
ben penitente llorando
y lo habras de conseguir.
Fecit año de 1794.

Destaca la calidad de los detalles de la escena: recipientes, ropajes, joyas, etc., todos tratados con gran cuidado. Resulta igualmente interesante el marco de madera rematado con una especie de dosel.

Por fortuna, en la actualidad es posible disfrutar de esta magnífica obra en el Museo de Arte Sacro de Teguise, en donde se expone cedida por sus propietarios. 

"La Magdalena ungiendo los pies de Cristo"
Detalle de la obra. Obsérvese la expresión del personaje en primer término
y la calidad en el tratamiento de las joyas de la joven

Detalle de la leyenda con la datación de la pintura, en el ángulo inferior izquierdo

Gran realismo en el detalle del vaso

Espectacular tratamiento del vidrio

Detalle de gran belleza de la Magdalena.





FUENTES:
- PERERA BETANCORT, Francisca María: Arquitectura tradicional y elementos asociados de Lanzarote, ADERLAN, Arrecife, 2009. 

- HERNÁNDEZ SOCORRO, María de los Reyes: "El patrimonio pictórico de Lanzarote hasta 1900", en VV.AA.: Lanzarote y su patrimonio artístico, Cabildo Insular de Lanzarote, 2014. - "Efemérides Lanzaroteñas", en Lancelot, nº 100, 15/02/1985, pág. 9.
 

"Zonzamas, llave del pasado"

Vídeo encargado por el Cabildo de Lanzarote para proyectarse durante el homenaje que el VIII Congreso de Patrimonio Histórico le hizo a la arqueóloga e investigadora Inés Dug Godoy, que fue la encargada de coordinar al primer equipo que excavó e investigó científicamente el yacimiento arqueológico de Zonzamas, uno de los más importantes de Lanzarote y Canarias.
 
Además de una entrevista a la propia Inés Dug sobre las excavaciones en Zonzamas, que comenzaron a finales de la década de los 60, el vídeo contiene imágenes de archivo en blanco y negro del yacimiento, de principios del siglo XX.

Para ver el vídeo, pincha en este enlace: Zonzamas, llave del pasado
 
Inés Dug Godoy

Doña Inés Dug Godoy, arqueóloga nacida Fuente de Cantos (Badajoz) inicia su relación con Lanzarote en las navidades de 1966, al visitar la isla por implicaciones familiares. Otras causas muy distintas motivan que desde este primer contacto entre en la Cueva del Majo, cavidad de extrema relevancia arqueológica e histórica que conforma el núcleo principal de Zonzamas, yacimiento que distribuye la totalidad de su registro material arqueológico en los municipios de San Bartolomé, Teguise y Arrecife.

Su preferencia por la arqueología es equiparable a su interés por la espeleología, rama en la que junto con su esposo, don José Guerra Pérez, físico de profesión y vocación y el hermano de éste, don José Miguel, ha escrito una de las páginas de la historia de las cavidades de Lanzarote. Suyos son los primeros trabajos publicados sobre el denominado por ellos Túnel de la Atlántida, en el Malpaís de la Corona. Su inclinación por conocer las cavernas y simas insulares en su tiempo libre será una constante a lo largo de su vida y una actividad que desarrolla conjuntamente con un equipo conformado por personas entusiastas e interesadas que sientan escuela de empatía por esta vertiente naturalista entre la población joven de Lanzarote.

En el mes de septiembre de 1967, en su segundo viaje a Lanzarote, doña Inés visita la Cueva de los Verdes con un grupo de amos entre quienes se encuentra don Enrique Díaz Bethencourt. En esa inspección comprueba la existencia de un potente registro arqueológico que se remite desde la cultura indígena hasta el siglo XIX.

En 1968 contrae matrimonio y se traslada a vivir a la isla, donde trabaja en el Instituto de Enseñanza de Arrecife, actual Agustín Espinosa. En una de las excursiones que realiza ese año conoce a don Juan Brito Martín, con quien empatará durante toda la vida por un interés común, la arqueología, la historia y la conservación. Junto a él visita Zonzamas, cuando todavía se encuentran las casas de la aldea edificada sobre el asentamiento aborigen, si bien en ese entonces ya sin habitar. Desde este primer encuentro, doña Inés puede admirar la estela con semicírculos grabados de Zonzamas, encajada entre los bloques ciclópeos que conforman la muralla de Zonzamas que circunda a la Cueva del Majo. En ese encuentro, don Juan Brito Martín le narra a doña Inés el rescate de la escultura zoomorfa de Zonzamas que protagoniza junto a otras personas en el muelle de Los Mármoles, evitando su embarque fuera de la Isla.

Asimismo, don Juan Brito le muestra todo el material arqueológico que custodia el Cabildo en una vivienda de Titerroy. Durante los tres años posteriores, hasta 1971, doña Inés recorre diversas zonas arqueológicas de la isla, interesándose por cada punto para componer el paisaje cultural que enmarca el yacimiento de Zonzamas.

De una manera familiar y durante sus traslados a la isla, pues ya reside en Madrid, aborda los inicios y casi exclusivos estudios que existen sobre Zonzamas junto a don Juan Brito y su esposo, tratándose éste del más emblemático de cuantos lugares culturales hemos heredado de la cultura indígena maxie y con el que mantenemos asignaturas pendientes de aprobar, algunas de ellas muy perentorias y de obligado término.

De forma sistemática y con una intención claramente resolutiva, comienza a trabajar en 1971 en la parte central del asentamiento de Zonzamas, con incursiones a otros elementos que forman parte de lo que hemos denominado complejo arqueológico de Zonzamas, dada la cantidad y variedad de elementos que se vertebran en este territorio como son la Peña del Majo, la Piedra del Majo junto a la Quesera de Zonzamas, el efequén y las estructuras tumulares, las peñas del Cuenquito, del Letrero y Conchero, la zona de enterramientos sepultada por las erupciones volcánicas de Timanfaya, así como diversas parcelas en las que afloran piezas de la cultura material indígena, otras intervenciones rupestres y cimientos de lo que aparentan constituir estructuras arquitectónicas.

Con idas y venidas a Lanzarote desde su residencia habitual y permaneciendo en la isla todas las vacaciones posibles, se implica en Zonzamas llevando a cabo misiones arqueológicas de campo hasta 1983 y prolongando el trabajo de gabinete para registrar la totalidad de las piezas recuperadas del yacimiento de Zonzamas hasta 1986.

Doña Inés Dug Godoy significa para Lanzarote una puerta al pasado, un acceso por el que tenemos que pasar en el intento de recuperar la historia, aquella que no hemos sabido apreciar y sobre la que existen reveladoras lagunas. Cada pieza que doña Inés extrae de Zonzamas constituye una consagración a la memoria, a la evocación del pasado desde la individualidad, de cada una y de todas las personas que habitan en Lanzarote y al recuerdo colectivo y universal.

Todo fragmento cerámico, objeto de piedra o de hueso excavado en Zonzamas por doña Inés resulta un hecho significativo que emana de cada pieza, estrato, kilo de nivel o de tierra obtenida de los registros arqueológicos fértiles de Zonzamas, pero también procede del significado de conjunto de este complejo y fecundo enclave arqueológico.

Doña Inés integra la parte fundamental en la composición de la historia arqueológica de Zonzamas pero no se encuentra sola. Además de su esposo y de don Juan Brito Martín, se halla un grupo de trabajadores del Cabildo Insular, don León Hernández, don Domingo Hernández, don Francisco, don Domiciano, don Florencio Corujo, además de don Estanislao Juan Hernández Hernández, don Carlos Hernández Hernández, don Carmelo García, don Bernabé García, don Felipe Martín, doña María Teresa Perera Betancort, doña Teresa de Tegueste...

Zonzamas constituye una parte de la solución a cuestiones relativas al pasado insular, al más remoto que coexiste y que seguimos poseyendo en la memoria colectiva. Cada objeto, cada metro de tierra de Zonzamas, cada trabajo realizado en este yacimiento y aún toda la tarea que queda por hacer, resulta una prueba clara de la existencia de nexos con el pretérito. Lo que sentimos ante piezas arqueológicas exhumadas como la estela de anillos concéntricos, el ídolo antropomorfo y sedente o las variedad de placas decoradas o exentas de adorno lleva implícito la memoria, su contenido intangible. Lo que sentimos ante el pasado como persona individual y como colectividad es la prueba evidente de las conexiones, ligaduras y acoplamientos reales y queridos que mantenemos con el tiempo pretérito, del cual todavía hoy muchísimas de sus parcelas se nos muestran oscuras, nada níveas como es lo deseable. Como pueblo aún no contamos con un pasado que nos conceda y encuadre un marco de referencias para reconocernos en el contorno isla así como a nosotras como personas del presente, del aquí y del ahora. Doña Inés nos ha proporcionado pinceladas de colores y trazos que puntean las líneas maestras de lo que se esconde, de lo que no permanece a la vista pero está.

El Cabildo de Lanzarote a través del Servicio de Patrimonio desarrolla varios proyectos en Zonzamas. Mientras la parte central del yacimiento duerme, se trabaja en propósitos ponderados. éstos, provistos de un componente racional y coherente contienen también una fuerte emoción, la misma que transmite doña Inés cuando hablas con ella de Zonzamas, la misma que necesitamos - y a ella le sobra - para concluir los proyectos programados, los que le debemos a ella, mujer comprometida e incansable, que no duda en aplicarse como arqueóloga voluntaria en la Cueva del Majo para perpetuar su contacto con el sitio, un encadenamiento que mantiene y que no puede romper. Doña Inés es un tesoro humano vivo.

Zonzamas se asemeja a un reloj parado - no estropeado - del que fascina comprobar que al menos dos veces al día nos proporciona la hora exacta. Si nos acercamos a escuchar, podemos empezar a oír cómo el engranaje de su maquinaria empieza a impulsarse, que sus movimientos se inician acompasados con los latidos del corazón de quien llega. Auscultamos la tierra para percibir cómo arranca, funciona, se aproxima y se fusiona a la hora exacta, dada la perfección que le contamina el latido del corazón de la persona que se presenta a la llamada del tiempo, visitando Zonzamas para advertir la memoria del lugar. Presentimos cómo late al unísono el reloj de Zonzamas con el tictac del corazón de doña Inés ya que siempre, desde que acudió a su llamada en 1966 han permanecido engarzados. Es ese reloj del tiempo de Zonzamas que permanece dormido el que debemos despertar con la suave explosión del bing-bang que emana de los corazones dispuestos a rescatar el pasado, a sentir conjuntamente para adentrarnos en el futuro como mujeres y hombres del tiempo presente. Así es fácil percatarse de que necesitamos a doña Inés para hacer realidad los proyectos porque éstos ya habitan en su corazón.


Información extraída de: http://www.cabildodelanzarote.com/patrimonioVIIIcongreso/homenaje.asp

lunes, 2 de septiembre de 2013

El desaparecido pueblo de Santa Margarita



Introducción

La historia de Lanzarote siempre estuvo marcada por la lucha contra dos elementos fundamentales: por un lado, una naturaleza hostil y, por otro, y especialmente hasta el siglo XVIII, los peligros llegados desde el mar.
Muchos de los pueblos que hoy configuran nuestra geografía surgieron en una ubicación diferente al emplazamiento que actualmente ocupan. Un buen ejemplo lo tenemos en el pueblo de Mozaga, el cual debió "trasladarse" en primer lugar por las lavas del volcán de Nueces y, en segundo lugar, ya en el siglo XIX, por las tormentas de jable que lo sepultaron. Otro ejemplo menos conocido es el caso de Guatiza.


La primitiva Guatiza

Este pueblo del municipio de Teguise, históricamente célebre por la calidad de sus garbanzos y su cochinilla, no siempre estuvo en el lugar donde se erige hoy, hecho por el que algunos historiadores, como Agustín de la Hoz, hablaban de "Las dos Guatizas": la de Santa Margarita y la del Cristo de las Aguas.

El pueblo original, también llamado "Santa Margarita", se encontraba en las faldas de la montaña de Guenia, muy cerca del actual cementerio. El núcleo principal lo constituía la ermita de Santa Margarita, cuya construcción estaba relacionada con una hermosa leyenda. Según ésta, una anciana de Uga, muy devota de la santa, le había prometido la construcción de una ermita en su honor como agradecimiento por haber cumplido una petición. Cuenta la tradición que la señora había decidido partir con su camello y con una imagen de Santa Margarita y que, allá donde el animal parase, sería el enclave elegido para levantar el pequeño templo. Tras un largo recorrido desde su Uga natal, el camello quedó tuchido, exhausto por el esfuerzo, en las faldas de Guenia, lugar donde, cumpliendo su promesa, la anciana levantó la ermita.

Se trata de una amplia llanura elevada a cuyos pies se extiende una de las vegas más ricas de Lanzarote, y desde donde se divisa la cercana costa. Precisamente este último hecho ponía en peligro a la población, pues las casitas, blanquecinas por el recubrimiento de cal, eran visibles desde el mar.



Vista del espacio donde se ubicó el antiguo pueblo de Santa Margarita. Al fondo, la montaña de Tinamala





Abandono de Santa Margarita y creación de la nueva Guatiza

Entre 1569 y 1586, Lanzarote sufrió tres graves ataques piráticos a cargo de Calafat, Dogalí y Morato Arráez. Este último -corsario argelino-, invadió la isla con el objetivo de vengar las razzias que el señor Agustín de Herrera y Rojas había realizado de manera sistemática durante sus correrías por el norte de África, las cuales habían sido de tal calibre que tres cuartas partes de la población lanzaroteña del siglo XVI era, según Torriani, morisca. La noche del 30 de julio, Arráez y sus hombres desembarcan por Los Ancones y al día siguiente, de manera inesperada, invaden Teguise, pasando en su camino por el pueblo de Santa Margarita, al que arrasan, robando granos y carne seca.
Estos constantes ataques piráticos -de los que nos quedan topónimos como "Puerto moro", en la costa de Guatiza-, mermaban a la población y saqueaban sus bienes, obligando a sus gentes a trasladarse. A lo largo del siglo XVII, los vecinos van abandonando sus viviendas para asentarse al pie de la montaña de Tinamala y Las Calderetas, buscando un refugio que las altas tierras de Santa Margarita, visible desde el mar, no podían ofrecer.



Vista del actual pueblo de Guatiza, al soco de Las Calderetas

Así, poco a poco, va surgiendo la nueva Guatiza. Su iglesia, curiosamente, también está asociada a otra leyenda, esta vez procedente del mar: según cuenta la tradición, tras varios años de fuerte sequía, un pastor encontró en la orilla de la playa la imagen de un Cristo, al que inmediatamente llevó al pueblo. Al cabo de pocos días, comenzó a llover con fuerza y, tras las lluvias, tuvo lugar un año de prósperas cosechas que fue entendido por las gentes del pueblo como un milagro generado por la imagen, por lo que decidieron erigirle una iglesia en su honor: El Cristo de las Aguas.

Estado actual de Santa Margarita

A pesar de que, desde el siglo XVII, el originario pueblo de Guatiza fue paulatinamente abandonado, aún persiste su recuerdo no sólo en la memoria popular, sino también en el terreno, a través de numerosos vestigios.

Cantos con restos de cal, probablemente de antiguas construcciones

La capilla que hoy existe en el interior del cementerio, y que mantiene la advocación de
Santa Margarita, parece que pudo haber sido construida en parte con materiales de la ermita original, la cual, según cuentan los mayores de la zona, se mantuvo en ruinas hasta comienzos del siglo XX. Un cuadro dedicado a la virgen, adscrito a la Escuela flamenca, fue rescatado y colocado en la Iglesia del Cristo de las Aguas.

Capilla de Santa Margarita, en el interior
del Cementerio de Guatiza

Un paseo por los alrededores del cementerio es suficiente para comprender que estas tierras cobijaron en su seno las viviendas de humildes familias. Así, encontramos múltiples estructuras de piedras, probables restos de las primitivas casas, y, especialmente, numerosas aljibes abandonadas con arcos aún firmes de una enorme belleza.

Todos estos elementos, hoy perfectamente integrados en el paisaje, constituyen testimonios mudos de un lejano pasado.




 

Restos de aljibes del antiguo pueblo de Santa Margarita



FUENTES:
- HERNÁNDEZ DELGADO, Francisco: "La historia de Guatiza", en Lancelot, nº 481, 19/09/1992, pp. 40-41.
- Web Guatiza, ayer y hoy
- DE LA HOZ, Agustín: Lanzarote. Obra escogida, Cabildo Insular de Lanzarote, 1944
- DE PAZ SÁNCHEZ, Manuel: La piratería en Canarias, Centro de la Cultura Popular Canaria, Santa Cruz de Tenerife, 2009.